Para. Grita. Suelta.

Hay momentos en la vida en que hablar de una complicación es irrisorio. Más que complicarse, algunas situaciones pueden ser devastadoras. Y no importa tanto el tamaño de la desgracia, ya que la medida del desastre la pone cada uno, no hay una escala de medición standard, ni una cantidad de dolor recomendada para cada situación.

A veces lo que pasa es tan devastador para la psique que te deja rota. Unresourceful state, como me explicaban en clase. Un estado en el que no puedes ni quieres buscar solución, te faltan recursos, no quieres pensar en futuro, ni en lo que has aprendido, ni en la parte positiva de la situación, que a lo mejor no la hay.

Y si la hay, me importa una mierda.

El mundo se para. Pero en realidad, no se ha parado, es sólo que tiempo pasa más lento. Y al principio tu entorno lo entiende y te apoya, pero te da igual, es tu mundo, es tu vida y ahí estás sól@.

Suerte que estás sol@.

Porque sólo tú puedes encontrar en lo más profundo de tus tripas la fuerza para abrir la boca y soltar ese grito que exprese hasta dónde te has llenado.

Que descargue la rabia y el dolor, que derrumbe muros de silencio y me haga saber que estás ahí. Que sacuda toda la carga estática que te impide moverte.

Grita, grítalo, llóralo, sácalo y vacíate.

Solamente tu eres responsable de lo que pase a continuación y sólo tú sabes cuánto tiempo puedes y quieres mantener ese bloqueo. Sólo tú sabes cuándo es el momento de reiniciar y la razón por la que reiniciar. Tienes que ser tú. Tengo que ser yo.

En algún momento atisbarás esa chispa, cuando sientas que te has vacíado, ahí sí, por favor trata de no apagar el sistema que se está reiniciando. Agárrate fuerte, que vienen curvas. Responde a esas llamadas y vuelve a quienes te dan luz.

Como ves, hoy salto del tú al yo en este post tan autobiográfico.

Cuento con tu ayuda y con su purpurina.